No hacen concesiones. Solana tampoco. No mantiene comunicación con nadie más que con su hermano Manuel, otro zombi. Juan Ramón fue un adelantado que presagió el personaje que inundará la cultura popular empezado el siglo XXI y lo hace con un sorprendente guiño, ya que cuando escribe de Solana como muerto, el pintor sigue vivo, pero en una especie de vitrina, la metáfora de ese aislamiento sensorial del muerto viviente cinematográfico.
No es solo el amor por las calaveras, los paseos por cementerios, los relatos minuciosos de enterradores. No es la gama tonal, tan lúgubre ni el uso de las fotografías más dolorosamente torturadas. Es él, es el zombi que cuenta una historia. En un capítulo de Los Simpson hay una feria infantil. Los escritores famosos leen cuentos a los niños, entre ellos Stephen King. Cuando el autor de terror le cuenta Buenas noches luna a Maggie el cielo se torna gris, las nubes amenazan tormenta, la cámara busca el primerísimo plano de King y el cuento es ya un cuento de terror. Si Solana contase El Principito, en la caja, en vez de un corderito, habría un cerdo chorreando sangre, pero no por la crueldad de desollar a un cerdo, es que es más probable en el mundo de Solana, en la España rural de principios del siglo XX, que en una caja aparezca un cerdo desollado que un delicioso corderito vivo.